La Redención
3. Cristo el redentor
Escrito por Leland M. HainesGoshen, IN, USA
Versión española de Richard del Cristo
Copyright 2003 by Leland M. Haines, Goshen, IN 46526
All rights reserved
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La Muerte de Cristo
La Biblia nos enseña que Jesús vino al mundo para redimir al
hombre a través de Su muerte y resurrección. Desde el principio
de Su ministerio Él les dijo a los judíos: “Destruíd
este templo y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Los judíos
no le entendieron y pensaron que Él se refería al templo de
Jerusalén que se llevó cuarenta y seis años para construírlo.
Ellos no sabían que Jesús se refería a Sí mismo,
que Él resucitaría tres días después de Su muerte.
Juan escribió que: “… cuando resucitó de los muertos, sus discípulos
se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra
que Jesús había dicho” (v. 22).
Jesús hizo varias declaraciones sobre Su futura muerte. En respuesta
a una pregunta que le hizo Nicodemo, Jesús dijo: “Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el
Hijo del Hombre sea levantado” (Jn. 3:14). En Su parábola del Buen
Pastor, Jesús dijo que Él vino: “… para que [los hombres] tengan
vida, … Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
…, yo pongo mi vida para volverla a tomar” (Jn. 10:10, 11,17; ver v. 18).
Esto fue un vistazo de Su futura cruz y resurrección, es decir, una
ofrenda voluntaria de Su vida en plena armonía con la voluntad del
Padre.
En respuesta a una petición por señal, Jesús declaró
que ninguna sería dada, excepto “… la señal del profeta Jonás.
… Porque como estuvo Jonás en el vientre del pez tres días
y tres noches, , así estará el Hijo del Hombre en el corazón
de la tierra tres días y tres noches” (Mt. 12:39-40; comp. 16:4; Jon.
1:17). Ellos no recibieron respuesta alguna, porque ellos dijeron que él
sanaba (v. 24) con el poder de Beelzebú, es decir, el diablo (v. 24;
comp. 22-37). Como sabemos, Jesús sólo pasó las noches
del viernes y del sábado en la tumba. Los tres días y las tres
noches a las cuales Jesús se refiere, es una expresión judía
para definir los días por contar las noches con los días (Est.
4:16; 5:1).
Después de la confesión de Pedro, de que Jesús es: “…
el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16), Jesús les dijo
a Sus discípulos que Él debía “… ir a Jerusalén
y padecer mucho de los ancianos, y de los principales sacerdotes y de los
escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (v. 21; comp. Mr.
8:31; Lc. 9:22). Él repitió esto en Galilea (Mt. 17:22-23;
comp. Mr. 9:30-31; Lc. 9:43-44; 17:25). Cuando para Jesús llegó
el tiempo de dar Su vida, Él fue a Jerusalén para la Pascua.
Cuando le advirtieron que Herodes quería matarle, Él dijo:
“… no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc. 13:33).
Camino a Jerusalén, Jesús explicó: “… el Hijo del Hombre
será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le
condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que
le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará”
(Mt. 20:18,19; comp. Mr. 10:33-34; Lc. 18:31-33). Luego, Él siguió
explicando: “el Hijo del Hombre vino … para …dar su vida en rescate por muchos”
(v. 28; comp. Mr. 10:45).
Jesús pasó Su última semana en y alrededor de Jerusalén,
con Sus discípulos. Poco antes de la Pascua, Él le dijo a Sus
discípulos otra vez: “… el Hijo del Hombre será entregado para
ser crucificado” (Mt. 26:2). “Cuando Jesús supo que … debía
salir de este mundo al Padre” preparó una cena especial para la Pascua
con Sus discípulos. Jesús tomó pan, lo partió,
y pasándolo, dijo: “…. Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (v. 26; comp.
Mr. 14:22; Lc. 22:19), y tomando la copa, dijo: “… Bebed de ella todos; porque
esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión
[perdón] de los pecados” (vv. 27,28; comp. Mr. 14:23,24). Él
tomó la copa de la Pascua, un símbolo de liberación,
y le dio un nuevo significado; el símbolo de que Su sangre da vida
nueva. Dos días más tarde, en la Pascua, Él murió
en la cruz (v. 2). Entonces, Él les dijo: “… después que haya
resucitado, iré delante de vosotros a Galilea”, refiriéndose
a Su resurreción (v. 32).
Los líderes de Jerusalén se opusieron grandemente contra Jesús.
Ellos usaron toda oportunidad disponible para culparle, deseando deshacerse
de Él. En este tiempo, una vez más, Jesús purificó
el templo. Ahí mismo, ante la multitud, Jesús denunció
a los escribas y fariseos, con muchos ayes porque ellos le ponían
muchas cargas pesadas al pueblo, haciéndo obras sólo para ser
vistos del pueblo; cerrando el reino para que los hombres no pudieran entrar;
e ignorando los asuntos más importantes de la ley -la justicia, la
fe y la misericordia-; siendo los hijos de los que asesinaron a los profetas;
etc. (Mt. 23). Y por estas reprensiones tan reveladoras, los líderes
aumentaron sus esfuerzos para quitarle la vida (26:3,4).
En poco tiempo, los gobernadores de los judíos arrestaron a Jesús
y lo trajeron al tribunal. En Su juicio, varios testigos falsos hicieron
muchas acusaciones contra Jesús, pero ninguna era tan mala como para
que lo sentenciaran a la muerte. Hasta que al final hallaron dos que acusaron
a Jesús de haber dicho: “… Puedo derribar el templo de Dios, y en
tres días reedificarlo” (Mt. 26:61; comp. Jn. 2:19). El sumo sacerdote
quería que Él contestara a esas acusaciones, pero Él
permaneció silente. Entonces, el sumo sacerdote dijo: “… Te conjuro
por el Dios viviente” (así decían los judíos cuando
querían poner a alguien bajo juramento) “que nos digas si eres tú
el Cristo, el Hijo de Dios” (v. 63). Según la ley, Él tenía
que responder, entonces, Jesús dijo: “… Tú lo has dicho; y
además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado
a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (v. 64).
Como consecuencia, Jesús le dijo al sumo sacerdote que Le veria en
el juicio. El sumo sacerdote respondió: “… ¡Ha blasfemado!”
(v. 64). Los que le escucharon, gritaron: “… ¡Es reo de muerte!” (v.
66). Por las mismas palabras de Jesús, los judíos tenían
una acusación de blasfemia capital contra Él. (Lv. 24:16).
Jesús dio Su propia vida; ellos no se la quitaron. Y, como ya Él
había dicho antes: “Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí
mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”
(Jn. 10:18).
Pilato, el gobernador romano, no halló ningún “… delito … en
este hombre” (Lc. 23:4). Él quería que Jesús saliera
libre (vv. 20,23), pero recibió mucha presión de la multitud
que gritaba: “… ¡Crucifícale, crucifícale!” (v. 21).
Y como Pilato temía una revuelta, entregó a Jesús. Entonces,
simbólicamente se lavó las manos, dando a entender que estaba
limpio de este acto ilegal (Mt. 27:24; comp. Sal. 26:6; 73:13). Pilato entregó
a Jesús para que fuese crucificado (v. 26).
En seguida, Jesús fue preparado para la crucifixión, la muerte
más cruel que jamás se haya ingeniado. A pesar de ser diseñada
para darle al cuerpo una muerte lo más lenta y dolorosa posible, también
era considerada el castigo más vergonzoso de su tiempo. Y Jesús,
-el Inocente, el Hijo de Dios, el Creador- al sufrir la crucifixión,
murió una muerte de sufrimiento, físico y mental, indecible.
Para nosotros, el dolor físico bastaría, pero el sufrimiento
mental debió haber sido lo máximo -por la persona que Jesús
es y por lo que sufrió mientras los hombres Le rechazaban. En un lugar
llamado Gólgota (“el lugar de la calavera” Mt. 27:33; ver Mr. 15:22;
Jn. 19:17), el cual Lucas identificó en latín como el Calvario
(Lc. 23:33), Jesús fue crucificado –ningún escritor ha dado
detalles descriptivos sobre la crucifixión. En la cruz pusieron una
inscripción: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (Jn.
19:19). Los sacerdotes querían que Pilato quitara esa inscripción,
pero Pilato les dijo: “… Lo que he escrito he escrito”.
En Su crucifixión, Jesús recibió más gritos sarcásticos
de las mismas personas que habían depositado su esperanza en Él:
“… Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas,
sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz” (Mt.
27:40). También los líderes judíos se burlaron de Él:
“A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey
de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió
en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de
Dios” (vv. 42,43; ver Mr. 15:29-32; Lc. 23:35-37).
Jesús soportó todo el sufrimento de la cruz. Él rechazó
la mezcla de vino fuerte y mirra, lo cual hubiera eliminado el dolor. Él
vino al mundo para morir por los pecados de los hombres, y Él soportó
la plena extención del sufrimiento. Y como Su muerte fue un sacrificio
voluntario, Él oró: “… Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Él deseó el perdón
a aquellos que le causaron la muerte.
En las próximas tres horas que Jesús duró en la cruz,
toda la tierra se llenó de tinieblas (Mt. 27:45; Lc. 23:44), dándole
a Jesús una profunda sensación de soledad. A la hora novena,
(las tres de la tarde), Jesús gritó a gran voz: “Eloi, Eloi,
lama sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?” (v. 46; comp. Mr. 15:33-35; comp. Sal. 22:1).
Probablemente Él dio este grito cuando, momentáneamente, sintió
desolación, desamparo, y desesperación. Sus sufrimientos debieron
haber obscurecido Su visión espiritual; de seguro que Él sabía
que Su Padre todavía estaba cerca de Él. Para mejor entender
esto, Lenski sugiere que esto se traduzca: “Dios mío, Dios mío,
¿en qué clase de persona me has convertido?” Esto nos
hace entender que Dios, al quitar Su mano protectora, Lo dejó sufrir
sin ninguna esperanza de liberación física. Algunos pensaron
que Él llamaba a Elías.
Como se aproximaba el tiempo de sacrificar al cordero de la pascua, Jesús
sabia que Él estaba para morir y gritó: “Tengo sed” (Jn. 19:28).
Alguien Le trajo vinagre y: “… le dio a beber, diciendo: Dejad, veamos si
viene Elías a bajarle” (Mr. 15:36). Él, entonces, clamó
a gran voz diciéndo: “… Consumado es ...”, y “... entregó el
espíritu (Jn. 19:30; Lc. 23:46). La muerte de Jesús completó
Su obra redentora. Al dar Su sangre -la vida del cuerpo-, Él murió
una sola vez por los pecados de todos los hombres (He. 9:12, 14,26; comp.
Ro. 6:10).
En la hora de la muerte de Jesús, el velo del templo, que separaba
el lugar santo del lugar santísimo, se rasgó de arriba hacia
abajo en dos pedazos (Mt. 27:51; Mr. 15:38; Lc. 23:45). El velo rasgado simboliza
el final del sistema de sacrificio y adoración del antiguo convenio.
El velo hizo su función de preparar al hombre para Cristo. El velo
rasgado –más expresivamente- significa que ahora hay acceso a Dios,
disponible a todos los que entren por la Puerta y tomen del Pan de Vida.
Ya no hay más necesidad de sacrificios adicionales, ni de un sacerdote,
ya que Cristo ha “… ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por
los pecados” (He. 10:12; ver 7:26-28).
En la muerte de Cristo acontecieron otros eventos, tales como terremotos
y la apertura de sepulcros. Después de la resurreción de Cristo,
varias personas resucitaron de la muerte y aparecieron en Jerusalén
(Mt. 27:51-54). Un centurión y sus compañeros, al ver estas
cosas, “… temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente, éste
era el Hijo de Dios” (Mt. 27:54; comp. Mr. 15:39; Lc. 23:47). La multitud,
al ver lo que sucedía: “… se volvían, golpeándose el
pecho” (Lc. 23:48).
Como los judíos no querían que los cuerpos (de Jesús
y de los dos criminales crucificados con Él), colgaran en las cruces
en el día de reposo, ellos le pidieron a Pilato que les quebrara las
piernas, para apresurar su muerte. Pilato envió soldados para que
lo hicieran, pero cuando llegaron a Jesús, ya había muerto,
y por eso: “… no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió
el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Jn.
19:33,35). Estas cosas cumplieron las Escrituras: “…. No será quebrado
hueso suyo”, y “…. Mirarán al que traspasaron” (vv. 36,37; comp. Ex.
12:46; Nm. 9:12; Zac. 12:10).
La Resurreción
Como se aproximaba el sábado, uno de los discípulos de Jesús, un hombre rico llamado José, le pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Después de haber recibido el cuerpo, José y Nicodemo envolvieron el cuerpo con lino y especias aromáticas, según la costubre judía, y lo pusieron en un sepulcro nuevo, cerca del lugar de la crucifixión. El sepulcro fue cerrado con una enorme piedra redonda (Mt. 27:57-61; Mr. 15:42-47; Lc. 23:50-56; Jn. 19:31-42).El día siguiente, los judíos, al recordar que Jesús había dicho que resucitaría al tercer día, le pidió a Pilato que sellara el sepulcro y que lo asegurara con una guardia de soldados romanos (una “guardia” se componía de cuatro a dieciséis soldados). Los judíos temían que los discípulos se robaran Su cuerpo y luego le dijeran a la gente: “Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero” (Mt. 27:64). Pilato les concedió su deseo, y le ordenó a la guardia que asegurara la tumba lo mejor posible (v. 65), para que los discípulos no se pudieran llevar el cuerpo.
Como no hubo suficiente tiempo para preparar el cuerpo para el entierro, algunos de los discípulos decidieron regresar al sepulcro después del sábado, para terminar la preparación. Muy de mañana, María Magdalena, y la otra María, vinieron al sepulcro de Jesús, y allí experimentaron un gran terremoto, y vieron un ángel descender del cielo. El ángel “… removió la piedra” (Mt. 28:2). Tanto los guardas como las mujeres tenían mucho miedo. Pero, el ángel le dijo a las mujeres: “… No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado; No está aquí, pues ha resucitado, como dijo, venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (vv. 5,6; comp. Mr. 16:6; Lc. 24:5).
Los Evangelios nos hablan de varios encuentros entre Cristo y sus discípulos, poco después de Su muerte (Mt. 28:16; Mr. 16:12,14; Lc. 24:13,36: Jn. 20:14-16, 19-24,30; 21:1-14). En los siguientes cuarenta días, Jesús se reunió varias veces con Sus discípulos y con otros (I Co. 15:3-8). En este tiempo, los discípulos recibieron la Gran Comisión de parte de Jesús: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:19,20; comp. Mr. 16:15,16; Hch. 1:8). Hasta que al final, cuando estaban reunidos en el Monte de los Olivos, cerca de Betania, llegó el tiempo de Su ascención. Jesús les explicó que el Espíritu Santo vendría y les daría poder para ser sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta lo último de la tierra. Lucas escribió: “Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.” Y mientras ellos Le observaban, “… se pusieron ante ellos dos varones con vestiduras blancas … [y] dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:9-11).
Cuando Jesucristo fue tomado, Su ministerio terrenal terminó -después de haber durado tres años. Pero Él no dejó a Sus discípulos solos. El Padre envió al Espíritu Santo en el nombre de Cristo para enseñarles y recordarles Sus enseñanzas (Jn. 14:16, v. 26). Esto sucedió en el día de Pentecostés y marcó el comienzo del reino y de la iglesia. Juan, con palabras muy sencillas, nos resume lo que Jesús hizo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:16-17). Observemos más de cerca lo que Él hizo:
La Muerte de Cristo Produjo Sufrimiento
Después de Su resurreción, Jesús habló con dos de Sus discípulos -camino a Emaús- sobre la profecía del Antiguo Testamento, diciéndoles: “… Así estaba escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (Lc. 24:46). Durante Su ministerio, Jesús habló varias veces sobre Su sufrimiento: “Desde entoces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho …, y ser muerto” (Mt. 16:21; comp. Mr. 8:31; Lc. 9:22). “… está escrito del Hijo del Hombre, que padezca mucho” (Mr. 9:12; comp. Mt. 17:12). “Pero primero es necesario que [Jesús] padezca mucho, y sea desechado por esta generación” (Lc. 17:25). “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Lc. 22:15). Su sufrimiento es enfatizado en las siguientes escrituras: Su “sufrir” es mencionado en Hch. 3:18; 26:23; Ro. 8:17; “sufrió” en Lc. 24:26; Hch. 17:3; I Tes. 2:14; He. 2:18; 5:8; 9:26; 13:12; I Pe. 2:21,23; 3:18; 4:1; y “sufrimiento” en Fil. 3:10; He. 2:9, 10; I Pe. 1:11; 4:13; 5:1). Las Escrituras nos enseñan que Jesús sufrió porque Él era sin pecado, y por lo tanto, inocente. Sabemos que los inocentes pueden sufrir, pero no deben ser castigados (sólo los culpables deben ser castigados).Jesús, en Su compasión por el hombre, y en obediencia a la voluntad del amante Padre, estuvo dispuesto a sufrir.
El Sacrificio
Primero, al principio del ministerio de Jesús, Juan el Bautista habló de Jesús como el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Los que oyeron la frase: “el Cordero de Dios”, sabían que se refería a sacrificio, especialmente cuando era usada con la frase: “que quita el pecado del mundo”. Este Cordero, al igual que los sacrificios del Antiguo Convenio, era perfecto. Él “… no conoció pecado, ….” (II Co. 5:21; comp. I Jn. 3:5; I Pe. 2:22); por lo tanto, pudo sufrir en sacrificio por los pecados de los hombres. Pedro escribió de “… un cordero sin mancha y sin contaminación” (I Pe. 1:19), y Juan de “… un cordero como inmolado….” (Ap. 5:6; comp. vv. 8,12,13; 6:1). Juan también menciona “… a los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han enblanquecido en la sangre del Cordero” (Ap. 7:14; 12:11; comp. 5:6).Luego, Pablo dijo que: “… nuestra pascua [cordero pascual], que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (I Co. 5:7) y de Cristo como una “ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Ef. 5:2). El escritor de los Hebreos escribe sobre: “interceder”; Cristo se ofreció “… a sí mismo” (He. 7:25, 27); Cristo “… se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo” (9:26); “… habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados” (10:12; comp. v. 26).
Pablo usó el término griego harmatia (con frecuecia traducida como pecado) en dos lugares (Ro. 8:3 y II Co. 5:21) lo cual parece extrañarnos. Este término, así como su equivalente en hebreo, puede ser traducido como “pecado” u “ofrenda por el pecado”. Los cristianos primitivos, al estar familiarizados con su uso en la Septuaquinta (el Antiguo Testamento en Griego), entendían ambos significados. El significado debe ser determinado por su contexto.
Por lo tanto, cuando Pablo escribe en Romanos 8:3: “… Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado [harmatia], condenó al pecado en la carne”, ellos entendían que Él fue enviado “por el pecado”, es decir, para dar Su vida en la cruz como una ofrenda por el pecado que condenó el pecado del hombre. Las nuevas traducciones llevan este significado. Hay versiones que dicen: “para ser una ofrenda por el pecado”, y otras: “como un sacrificio por el pecado” . En II Corintios 5:21, donde Pablo escribió que: “Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado”.
A los cristianos primitivos les hubiera sido natural el pensar: “lo hizo pecado [harmatia]” significa que la muerte de Cristo es una “ofrenda por el pecado”. Estos cristianos sabían que “… Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados …” (v. 19), y que esto sucedió en la cruz. Ellos también sabían que Cristo, el Hijo de Dios, santo y sin pecado, nunca fue mencionado en las Escrituras como uno que fue hecho “pecado”. Con frecuencia, la sangre es mencionada en conexión con los sacrificios del Antiguo Convenio.
En realidad, en el Antiguo: “… casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (He. 9:22). La primera referencia al rito de sangre pascual involucraba la sangre de algún cordero o de alguna cabra aplicada al marco de la puerta (Ex. 12:7), lo cual salvaba al primogénito del propietario (ver 11:5). Más tarde, Moisés confirmó un pacto con Dios al tomar la sangre de un toro y rociar la mitad en el altar y la otra en la gente, diciéndo: “… He aquí la sangre del pacto” (Ex. 24:8). En la celebración de la Ofrenda de Paz, la sangre del cordero era rociada en el altar (Lv. 3:7,12; 4:7; 17:11).
En todo el Antiguo Testamento se hacen varias referencias a los sacrificios de sangre. Los significados de estos sacrificios no son explicados. La única explicación es “… la vida de la carne en la sangre está …” (Lv. 17:11; comp. v. 14; Gn. 9:4; Dt. 12:23). El significado principal de la sangre es dar vida y no muerte. Jesús enseñó la importancia de la sangre en la relación de Dios con el hombre en la cena pascual. Entonces, Él tomó la copa pascual y dijo: “… esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión (perdón) de pecados” (Mt. 26:28; comp. Mr. 14:24; Lc. 22:20; I Co. 10:16; 11:25; 27). Cristo es “… el mediador de un mejor pacto” (He. 8:6; comp. v. 8; 10:28; 12:24; 13:20).
Esto había sido prometido desde hacía mucho tiempo (Jer. 31:31), porque el antiguo convenio era defectuoso. El nuevo pondría “mis leyes (las de Dios) en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribi[ría]” (He. 8:10; comp. 10:16). Cristo nos dio “… la sangre del pacto eterno” (13:20). En todo el Nuevo Testamento, la obra de Cristo en la cruz enfatizaba la sangre. Esto lo vemos en las siguientes Escrituras:
El creyente arrepentido recibe: “… redención por su sangre, el perdón de pecados” (Ef. 1:7; comp. 2:13; Col. 1:14). Somos atraidos por “… la sangre de Cristo” (Ef. 2:13). Hemos sido redimidos por “… la sangre preciosa de Cristo” (I Pe. 1:19); hemos sido ganados “… por su propia sangre” (Hch. 20:28). Somos “… justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús … por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:24; 25). “Estando ya justificados por su sangre” somos librados de la ira de Dios contra el pecado (5:9). “… sino por su propia sangre , entró una vez para siempre en el lugar Santísimo” (He. 9:12) para darnos eterna redención. Y siendo que ya Dios no recuerda los pecados de los cristianos, (10:17,18), ellos pueden “… entrar en el lugar santísimo (el santuario) por la sangre de Cristo” (v.19).
“… justificados en su sangre, … fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo …” (Ro. 5:9, 10; cf. II Co. 5:18-20; Ef. 2:16; He. 2:17). Cristo por medio de Él mismo reconcilió “… todas las cosas …” (Col. 1:20; comp. v. 21; Hch. 20:20). Su sangre no sólo nos redime, sino que también nos santifica. Recibimos “… santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo …” (I Pe. 1:2). “… la sangre de Cristo … limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo” (He. 9:14); Su sangre es “… la sangre … [que nos hace] aptos para toda buena obra para que [hagamos] su voluntad …” (13:20,21). Podemos andar en la luz porque “… la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. …[nos limpia] de toda maldad” (I Jn. 1:7,9). Cristo “… nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Ap. 1:5). Las Escrituras del Nuevo Convenio se refieren muchas veces al tema de Cristo, el Cordero de Dios, como sacrificio. Observemos más de cerca lo que esto logró:
Los Sufrimientos de Cristo
El término griego huper, traducido como “por”, es usado en conexión con la obra de Cristo. Significa que algo ha sido hecho “en nombre de, por amor a alguien”, y no “en lugar de” nosotros (no como un sustituto). Es decir que Cristo, como nuestro representante, hizo algo en nombre de nosotros en el calvario; o sea, que Él sufrió, y murió en nombre de los pecadores para que ellos pudieran recibir vida eterna. Este acto de sufrimiento fue anunciado por el profeta Isaías seiscientos años antes de que Jesús naciera en Belén. Isaías “… vio su gloria [la de Cristo] y habló de él” (Jn. 12:41). Isaías dijo que “… él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos curados” (Is. 53:5). Esta profecía mesiánica muestra que los sufrimientos en la cruz fueron causados por amor al pecador.La palabra huper fue usada por Cristo para describir Su propia obra en la cruz: “… mi sangre … que por [huper, por amor a] muchos es derramada” (Mr. 14:24; comp. Lc. 22:19,20); “… mi carne, la cual yo daré por [huper, por amor a] la vida del mundo” (Jn. 6:51); “… el buen pastor su vida da por [huper, por amor a] las ovejas” (10:11; comp. v. 15). Más tarde, Juan escribió: “él [Cristo] puso su vida por [huper, por amor a] nosotros” (I Jn. 3:16). Jesús entendió que Él sufría por amor a mí. Hasta el mismo sumo sacerdote “… profetizó que Jesús había de morír por [huper, por amor a] la nación” (Jn. 11:51; comp. v. 52).
Como Pablo escribió, Cristo “… fue entregado por [dia] nuestras transgresiones, y resucitado para [dia] nuestra justificación” (Ro. 4:25). En este caso, él usó (Rom. 4:25) [día], con el significado de “por motivo de”, y no usó la palabra huper. Pablo, al igual que otros escritores, usaron consistentemente huper para describir el efecto de la muerte de Cristo: “… Cristo, … a su tiempo murió por [el huper griego] los impíos. … Cristo murió por [huper] nosotros” (Ro. 5:6, 8; comp. v. 10; 8:3, 32; I Co. 15:3; II Co. 5:14,15; Gá. 1:4; 2:20; 3:13; Ef. 5:2, 25; I Tes. 5:9,10; I Ti. 2:6; Tit. 2:14). ; ******needs corrected--He. 2:18; 5:8; 9:26; 13:12;, Cristo como sumo sacerdote, He. 2:9,19; 4:14; 5:5; 6:20; 7:22,26; 8:1; por el pecado, 10:12; comp. 13:16,20).
El otro término anti, “en lugar de” no es usado. Pedro escribió que “… Cristo padeció por [huper, por amor a] nosotros … llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos ...” (I Pe. 2:21,24; comp. Is. 53). Esta es una adaptación de Isaías 53, y no una cita literal. (Es más cercana al texto de la Septuaquinta que al hebreo). El sufrimiento fue por causa de, por amor al hombre. Luego, con un énfasis similar, él escribe: “… el justo por [huper, por amor a] los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (3:18).
La frase “llevó él mismo nuestros pecados” (I Pe. 2:24; comp. He. 9:28; es decir, “llevará las iniquidades de ellos. ... habiendo él llevado el pecado de muchos” Is. 53:11,12) es uno de los versículos bíblicos más difícil de entender. Quizás es mejor entendido a la luz del libro de Génesis 15. Dios, en una visión, hizo un convenio con Abraham sobre la práctica caldea de la “senda de sangre”. Ambos lados eran representados por un horno humeando [Dios el Padre] y una antorcha de fuego [Su Hijo]” (v. 17). Ellos revalidaron Su convenio por medio de pasar por entre las dos mitades de los animales (vv. 17,18; comp. He. 9:15). Dios jugó ambos partidos, siendo que si Abram se hubiese representado a sí mismo, le habría costado la sangre de sus descendientes, si ellos violaran el convenio. Y siendo que los descendientes de Abram pecaron, Cristo, metafóricamente, “llevó nuestros pecados” por medio de derramar Su sangre por nuestras cuitas para poder guardar el convenio.
La muerte de Cristo nos trajo sanidad espiritual (I P. 2:24) y un mejor y nuevo convenio que incluía el poner la ley de Dios en ellos, es decir, en sus corazones (Jer. 31:33; comp. vv. 31-34; He. 8:8-13; 12:24), donde todo creyente puede ser bendecido (Is. 11:10; 42:6; 49:6; 60:3; 61:8,9; et al.). El sacrificio de Cristo y Su establecimiento del convenio reflejan la cercana asociación que hallamos en el Antiguo Testamento (Sal. 50:5).
En nuestra cultura, en la que se “piensa como los griegos” nos encanta expresar nuestras ideas con palabras –los hebreos no siempre hacían esto. Por ejemplo, cuando nos preguntan sobre nuestro Dios, decimos que Él es espíritu, santo, amoroso, justo, verdadero, eterno, omnipotente (que todo lo puede), omnisciente (que todo lo sabe), inmutable (que no cambia), etc. Pero los hebreos dirían: “Jehová es mi pastor” (Sal. 23:1); “Jehová, roca mía” fortaleza, libertador, Dios, fuerza (18:2).
Con esto en mente, no insistamos en hacer ninguna declaración sobre lo que logró el sufrimiento de Jesús en la cruz. El Antiguo y el Nuevo Testamento, también la iglesia primitiva, explicaron lo que involucraba Su sufrimiento en la cruz. Tenemos la plena seguridad de que Su obra enfatizó el amoroso cuidado de Dios por nosotros, y que Él sufrió por nuestros pecados. Al hacer esto, podemos contemplar al “… Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29), para que así “… vivamos a la justicia; y por cuyas heridas fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (I Pe. 2:24,25). Su obra trajo “gracia y verdad” (Jn. 1:17), por la cual agradecemos y alabamos al Señor. Más tarde, Pedro escribe que Cristo “… padeció una sola vez por los pecados, el justo por [huper, por amor a] los injustos, para llevarnos a Dios” (I P. 3:18).
Jesús enseñó que Él sufrió para redimir al hombre. Él era el Siervo Sufriente ilustrado en Isaías 53. Isaías usó los términos dolores, herido, abatido (vv. 4,6) para reflejar los sufrimientos de Cristo. Jesús “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:28). “… Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (Lc. 9:22). Pablo escribió que “… hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (I Ti. 2:5,6).
Como Adán es el representante de todo hombre y “… como por la transgreción de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Ro. 5:18; comp. 19; I Co. 15:21,22, 45-50). La obra de Cristo fue hecha por amor a nosotros, (y no en lugar de nosotros). De este modo, Él fue nuestro representante ante el gobierno moral de Dios. De esta manera, Dios pudo perdonar al creyente arrepentido y, a la vez, mantener el control de Su creación. Si Dios de una vez hubiera perdonado al hombre, sin la muerte de Cristo, el pecado no se habría tomado tan en serio. Lo hubiéramos minimizado y, a la vez, hubiéramos pecado constantemente.
Al hacer convenios, podemos ver el principio representativo. Dios hizo un pacto con Noé diciéndo: “He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros” (Gn. 9:9), y: “En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram [más tarde nombrado Abraham], diciendo: A tu descendencia daré esta tierra” (15:18); “… mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes” (17:4). Dios también hizo uno con Jacob, el cual fue nombrado Israel (35:9,10). “No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos” (Dt. 5:3). Dios no se olvidó de estos pactos (Ex. 2:24; Lv. 26:42; II Re. 13:23; I Cr. 16:15-17; Sal. 105:10).
Veamos otros términos asociados con el “sacrificio” de Cristo.
La Teología del Sacrificio de Cristo
La palabra rescate significa que hay que pagar algo de valor para poder obtener la liberación de algún cautivo. Su uso lo podemos ver en Ex. 21:30 y en Pr. 13:8. Jesús usó el termino para mostrar cómo el hombre ha sido guiado de regreso a Dios. Al reprender a dos de Sus discípulos, quienes buscaban lugar de prominencia, Jesús les dijo a todos los discípulos que “… el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:27,28; Mr. 10:45).Más tarde, en la Santa Cena, Jesús aclara el significado de la palabra rescate. Y de la copa, Jesús dijo: “… esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para semisión [perdón] de pecados” (Mt. 26:28; comp. Mr. 14:24; Lc. 22:20). El dar Su vida, es decir, el derramamiento de Su sangre, resulta en el rescate y perdón de los pecados de todos los que llenen las condiciones de fe y arrepentimiento.
Este concepto de rescate fue usado por Pablo cuando él escribió que “hemos sido comprados por precio” (I Co. 6:20; 7:23) y que “… hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (I Ti. 2:5, 6). Pedro les escribió a los cristianos del exilio que ellos “… fueron rescatados … no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (I P. 1:18,19).
La palabra redención es usada varias veces en las epístolas. Pablo escribió que “... siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús ...” (Ro. 3:24; comp. v. 25); “… en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7); el sello del Espíritu Santo “... es las arras [garantía] de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida ...” (v. 14); “… el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:13,14). El autor de los Hebreos escribió: “… la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, … por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones … reciban la promesa de la herencia eterna” (He. 9:14,15). Y, siendo similar a la palabra rescate, el significado básico del término es “volver a comprar”.
El verbo “redimir” es también usado en el nacimiento de Juan el Bautista. Zacarías, su padre, profetizó: “Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo” (Lc. 1:68-69). Luego, cuando Jesús fue condenado sin causa, los judíos, “… le entregaron … a sentencia de muerte , y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (24:20,21).
Tanto el rescate como la redención significan que Cristo dio Su vida y resucitó para hacer posible que el hombre regresara a Dios. En los antecedentes de Israel, estos términos significaban que se debía pagar algo de valor para poder obtener la liberación de algún cautivo (Ex.. 21:30; Pr. 13:8). Por el contacto que los cristianos primitivos tenían con la esclavitud, para ellos estos términos significaban la liberación de alguna persona de la esclavitud. Esto es confirmado por el uso que Pablo le da a una metáfora sobre la esclavitud en Ro. 6: “… erais esclavos del pecado, … fuisteis … libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. … y hechos siervos de Dios, …” (6:17,18,22). La misma vida de Jesús, es decir, Su sangre, era esta “paga” dada por la liberación del creyente del poder del pecado.
Para entender lo sucedido, debemos enfocarnos en lo que Cristo hizo y no tanto en las otras áreas de estos conceptos. A muchos les gusta preguntar sobre otros detalles como, ¿a quién fue pagado este rescate? Esta es una pregunta difícil de contestar, porque las Escrituras no nos dan una respuesta directa. Ni el Nuevo Testamento, ni la iglesia primitiva formularon una teoría para explicar a quién fue pagada el rescate o la redención (volver a comprar), ni lo que involucraba. Ellos se conformaron con aceptar el hecho sin tener que explicar su funcionamiento. Ellos estaban contentos con el hecho de que su Señor y Salvador, el Hijo de Dios, estaba dispuesto a dar Su vida para librarlos de las consecuencias del pecado.
Los Padres Apostólicos hicieron varias declaraciones sobre la obra de Cristo, pero ninguno formulaba la teoría que explicara el significado del proceso de volver a comprar. Y no fue sino hasta el décimoprimer siglo que Anselmo desarrolló la Teoría de la Satisfacción, la cual fue seguida por varias otras. La mayoría de estas son defectivas, porque la Biblia se mantiene silente al respecto. La mejor de sus teorías dice que la muerte de Cristo satisfizo el “régimen” de Dios y libertó al hombre pecador para que fuese perdonado y pudiera volver a entrar en compañerismo con Dios. Es discutible el que esta teoría sobre la esclavitud signifique que el pago fue hecho para nuestra liberación.
La palabra propiciación se halla en tres citas: “… Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación [hilaskomai] por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:24,25); “Y él es la propiciación [hilasmos] por nuestros pecados” (I Jn. 2:2); Dios “… nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación [hilasmon] por nuestros pecados” (4:10). La misma terminología griega es usada en Hebreos: “… los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio [hilasterion]” (9:5). Hay tres traducciones legítimas de la terminología griega: propiciatorio, expiación y propiciación.
En primer lugar, la terminología griega hilasterion, como muchas terminologías del Nuevo Testamento, viene de la Septuaquinta griega del Antiguo Testamento. Es un término usado para la cubierta del arca, el propiciatorio. Entonces, cuando los cristianos primitivos leían el Nuevo Testamento, ellos pensaban en el propiciatorio. Este uso lo vemos claramente en Hebreos 9:5: “… y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio [hilasterion]” (comp. Ex. 25:17; 35:12; 37:1; 38:5,8; Lv. 16:13; Nm. 7:89). En su debido contexto, el uso que Pablo le da a “su sangre” (Ro. 3:25) también lleva una imagen sacrificial.
En el Antiguo Testamento, la sangre del sacrificio era derramada sobre el propiciatorio para cubrir los pecados del pueblo. El libro de los Hebreos nos enseña que así como el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo con la sangre del sacrificio, Cristo, también, con “… su propia sangre, entró una sola vez para siempre en el Lugar Santísimo -el tabernáculo celestial-, habiendo obtenido eterna redención” (He. 9:12; comp. vv. 13,14,24,26,28). Cristo, el Cordero Pascual, ofreció “… una vez para siempre un solo sacrificio” (10:12; comp. v. 14). La sangre de Cristo nos dice que hay perdón y misericordia para los creyentes arrepentidos, y, a la vez, Dios puede seguir siendo justo, puesto que los pecados no son pasados por alto.
Otra terminología relacionada es hilaskomai, la cual es traducida como expiar: “… debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar [hilaskomai] los pecados del pueblo” (He. 2:17). A la luz de que “… Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (I Co. 15:3), no es más que natural el que los cristianos primitivos entendieran hilaskomai como “propiciatorio”.
La palabra expiación significa que la muerte de Cristo anula, cubre, quita el pecado. Significa que la muerte de Cristo estaba dirigida hacia la culpa y el pecado del hombre. Como ya hemos dicho antes, la sangre de Cristo fue derramada para que Dios pudiera ser misericordioso y, a la vez, justo. La propiciación significa que la ira de Dios contra el hombre ha sido apaciguada, es decir calmada. La propiciación logra que Dios cambie su actitud hacia los pecadores. La expiación logra que las consecuencias de los pecados del hombre sean removidas. La tradución de la palabra propiciación tiene un defecto. No se aplica necesariamente a la muerte de Cristo que pacifica la santa ira de Dios contra el hombre rebelde. Un santo y amoroso Dios, el Padre, apenas enfocaría Su ira en Sí mismo, Su Hijo.
Wenger resume la palabra propiciatorio con este énfasis: “Así como tuvo que haber sangre derramada y la pérdida de una vida para la ceremonia relacionada al perdón de pecados en la ley mosaica, e incluso un propiciatorio entre la ley quebrantada de Dios y el mismo Yahveh, así mismo, Cristo es el propiciatorio entre sus falibles discípulos y el santo Dios del cielo. Nuestra esperanza de perdón y de vida eterna, posa en Su sangre derramada, en el hecho de que Él dio Su vida en la cruz del Gólgota por nosotros, en la ofrenda por el pecado que Él le presentó al Padre.
La reconciliación se refiere a que Cristo capacita a todos los hombres a entrar en compañerismo con Dios y a ser parte de Su pueblo escogido. Esto lo vemos en las siguientes Escrituras: “… en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. … de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, … para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Ef. 2:13-16; comp. Ro. 5:1; Col. 1:20-22); “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tamándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (II Co. 5:18,19). Gracias a la reconciliación, la enemistad entre el hombre y Dios queda resuelta, y una pacífica relación es restaurada.
La salvación es otra terminología para describir los resultados de los sufrimientos de Cristo. Y aunque este término es usado con más frecuencia en el Antiguo Testamento, hallamos su uso principal en el Nuevo Testamento. En Romanos, Pablo usa el término en su tema del libro. Él escribe: “… no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Ro. 1:16). Él también escribe de una “… esperanza de salvación … Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes. 5:8,9; comp. II Tes. 2:10); “… la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Ti. 2:10); “… la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (3:15).
El autor de los Hebreos escribe que Cristo “… vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5:9). Y Pedro escribe: “… que la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (II Pe. 3:15). La traducción de la palabra griega para “salvación” es soteria. Es una palabra de la Septuaginta del Antiguo Testamento que lleva el significado de protección, liberación, preservación, y seguridad. Esto lo vemos cuando la mujer samaritana le dijo a Jesús que “… la salvación viene de los judíos” (Jn. 4:22), y cuando ella dijo que Él “… es el Salvador del mundo, el Cristo” (v. 42). Hay varias declaraciones sobre Cristo como el Salvador (Lc. 1:47; 2:11; Hch. 5:31; 13:23; Ef. 5:23; Fil. 3:20; et al.).
Pablo nos recuerda que nuestro Señor “… nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (II Ti. 1:9,10).
Cristó manifestó el amor de Dios al morir en la cruz. Como Juan lo resume: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Pablo escribe: “… del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Y él sigue explicando el amor de Dios: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:6,8-10). Y entonces, Pablo aclara que la reconciliación es un “don gratuito” y que los creyentes “… reinarán en vida por uno solo, Jesucristo los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (v. 17; comp. 15). Ahora, la gracia reina “… por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (v. 21).
Todo hombre puede ser rescatado, redimido, vencer la carne, ser reconciliado con Dios, ser salvado de sus pecados, etc. por lo que Cristo sufrió en la cruz por nosotros, capacitándonos para el perdón. Todo esto le trae al cristiano gloria (gozo) “… en Dios por el Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Ro. 5:11).
Jesús Venció a Satán Para que Seamos Vencedores
Varias Escrituras nos enseñan que Jesús venció a Satanás
y al poder del mal. Jesucristo, aunque es divino, vino en forma humana, “…
para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte
estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (He. 2:14,15); “… Para
esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”
(I Jn. 3:8); “… echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros
el reino de Dios” (Mt. 12:28); “… para que se conviertan de las tinieblas
a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por
la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los
santificados” (Hch. 26:18). Esto fue el cumplimiento de la promesa de Dios
al hombre, después de la Caída. Jesús era Aquél
del cual Dios estaba hablando cuando le dijo a Satán que Él
(Cristo) “… te herirá en la cabeza, y tú le herirás
en el calcañar” (Gn. 3:15).
Esto es sólo el comienzo de los problemas satánicos. En el
fin, el diablo será derribado. En el Apocalipsis, Juan escribió:
“Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuesto Dios,
y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de
nuestros hermanos, el que los acusaba delante de Dios día y noche.
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra
del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Ap.
12:10,11). La muerte de Cristo capacita a los cristianos para vencer la “carne”
o sea la “naturaleza pecaminosa”.
Como escribió: Pablo “… sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido,
a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6); Así también
vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro. [Por esto], no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo
mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco
presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad,
sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y
vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (vv. 11-13).
Pablo escribiendo de sus propias experiencias dijo: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora
vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó
y se entrgó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Luego,
él escribió: “… Andad en el Espíritu, y no satisfagáis
los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el del Espíritu,
y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre
sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (5:16,17), y: “…
los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”
(v. 24).
¡SOLI DEO GLORIA!
Leland M. Haines
Richard del Cristo